La Señal de la Cruz se traza en la frente del bautizado. Esta parte del ritual expresa que el misterio de la cruz está en el centro de nuestra fe.
La inmersión en agua (o el vertido de agua) del que está siendo bautizado nos recuerda que morimos con Jesús para vencer el pecado y resucitar con él para poder entrar en una nueva vida. En esta acción recordamos cómo Moisés condujo a los hebreos a escapar de Egipto y cómo dividió las aguas del Mar Rojo como la puerta de entrada a la liberación, lejos de la esclavitud y hacia la Tierra Prometida. También recordamos la muerte y resurrección de Jesús, que nos liberan del pecado y nos llevan a una nueva forma de vida. Muchas iglesias nuevas o remodeladas tienen la pila bautismal cerca de la entrada principal para simbolizar que todos ingresamos a la Iglesia a través de las aguas del bautismo.
Las palabras del bautismo, “Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”, se pronuncian mientras se vierte el agua o se sumerge al que va a ser bautizado. Estas palabras revelan que Dios en la Trinidad es tanto la fuente de vida como el objetivo de nuestra vida.
El recién bautizado es ungido con aceite sagrado para significar que el Espíritu Santo habita en el corazón de este nuevo cristiano. También es una señal de estar ungido para una misión de vivir y amar como vivió Jesús.
Una prenda blanca refleja que en el bautismo “nos vestimos de Cristo”, asumiendo nuestra nueva y más verdadera identidad como hijo o hija de Dios.
Un cirio bautismal, encendido con el cirio de Pascua, representa la única luz verdadera de Cristo, una luz para guiar al nuevo creyente a lo largo de su vida.
Adaptado de Loyola Press