Fiesta de San Esteban

San Esteban fue el primer mártir del cristianismo. Su historia se narra en los Hechos de los Apóstoles. Mientras era apedreado hasta la muerte fuera de la ciudad, clamó: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». Es patrono de los albañiles, canteros y de numerosas iglesias cristianas.

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Un joven lleno del Espíritu Santo

Esteban fue uno de los primeros en seguir a los Apóstoles. Se cree que era griego o un judío formado en la cultura griega. Lo cierto es que era muy apreciado por la comunidad de Jerusalén, tanto que su nombre aparece en primer lugar entre los siete hombres elegidos como diáconos para asistir a los Apóstoles en su misión.
Hombre «lleno de fe y del Espíritu Santo», realizaba prodigios y milagros. Sin embargo, algunos miembros de la sinagoga incitaron al pueblo contra él, junto con los ancianos y los escribas, acusándolo de blasfemar contra Moisés y contra Dios. En los días posteriores a Pentecostés, Esteban fue llevado ante el Sanedrín y acusado por falsos testigos de predicar que Jesús destruiría el Templo y cambiaría las costumbres transmitidas por Moisés.

Martirio y oración por sus perseguidores
San Esteban pronunció entonces un discurso, el más largo registrado en los Hechos de los Apóstoles, en el que repasó la historia de la salvación. Dios, afirmó, había preparado la venida de Jesús, el Justo, pero los dirigentes del pueblo habían resistido al Espíritu Santo, como sus antepasados habían perseguido a los profetas.
Concluyó diciendo: «Veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la derecha de Dios». Esta proclamación final le costó la vida. Con grandes gritos, los presentes lo sacaron fuera de la ciudad y comenzaron a apedrearlo.

«Así como Jesús en la Cruz se confió sin reservas al Padre y perdonó a quienes lo mataban, en el momento de su muerte san Esteban oró: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”; y además: “Señor, no les tengas en cuenta este pecado” (cf. Hch 7, 59-60). Esteban fue un verdadero discípulo de Jesús y lo imitó perfectamente. Con Esteban comenzó esa larga serie de mártires que sellaron su fe ofreciendo sus vidas, proclamando con su testimonio heroico que Dios se hizo hombre para abrir el Reino de los Cielos a la humanidad.»

— Papa Benedicto XVI, Ángelus, 26 de diciembre de 2005

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